La semana pasada os conté que estaba tentada de cortarme el pelo corto, muy corto, pues mientras me decidía me dejé crecer el flequillo. Y aquello se convirtió en un drama capilar en toda regla. Todo el día con la horquilla, porque el largo no era «ni pa ti, ni pa mí». Resultado: el pelo metido por los ojos, muy incómoda y cero favorecida. Así que el miércoles, a última hora de la tarde, al salir de redacción fui a retocarme el flequillo. Pero hice lo que nunca se debe hacer: ir a la pelu sin un plan.

Éste es mi look desde hace diez años. El largo de la melena sube y baja pero el flequillo se mantiene inalterable. Forma parte de mí y me veo rara sin él.
Cuando me senté en el sillón, con el pelo mojado, muy cansada después de todo el día en la oficina, tenía claro que mi cara había visto mejores días así que me puse creativa y le dije a la peluquera (¡a quien no conocía de nada!): «bueno, ya que estoy, además del flequillo, retócame las puntas. Y, a los dos segundos: «bueno, dame un corte. Haz conmigo lo que quieras. Total, el pelo crece». Sí, después de once años trabajando en belleza, parezco nueva y cometí el clásico error de novata: no le expliqué lo que quería. ¡En qué momento! Sólo le dije: «necesito que me dé para hacerme la cola porque corro». Yo, como siempre, buscando el momento para hacer apología de mis mujeres que corren. También le podía haber dicho que no me gustan las capas, porque tengo el pelo muy fosco aunque no lo parezca, que el flequillo me gusta a la altura de las cejas y desfilado, que tengo remolinos en ambos lados de la frente, y así me hubiese ahorrado el shock de ver cómo me cortaba los mechones frontales con la tijera al bies, a lo Eduardo Manostijeras. ¡Oh Dios mío, aquello no iba a salir bien! Pero era demasiado tarde, iba a terminar despeluchada. Y que conste que la culpa no fue de la peluquera, sino mía por dejarme hacer.

¡Para pegarse un tiro! Un corte que no hay por dónde cogerlo. Demasiadas capas y el flequillo muy corto. Al menos, me veo el pelo con mucho brillo.
Cuando empezó a secarme el pelo, no había por dónde cogerlo, pero confiaba en que al llegar a casa sería capaz de controlarlo y darle un twist a golpe de secador y tenacilla. El jueves por la mañana me di cuenta de mi error. No me quedaba otra que recogerme el pelo en una coleta, maquillarme un poco e intentar disimular. El flequillo era una versión revisitada del de Amélie y las capas iban marcadas a modo de escalón. ¿Mi reto? Pasar desapercibida. Pero en la redacción de ELLE es imposible ir de incógnito. Te sale un grano y se entera hasta la recepcionista, así que nada más entrar por la puerta ya hubo quién se dio cuenta.
«Mitre, si te has cortado el pelo».
Respuesta: «Sí, sí, bueno hablemos de otra tema mejor. Es una catástrofe capilar».
«¿Y eso?».
Así que tiré de la goma para dejar mi no-melena a su libre albedrío.
«Hostia tía, lo siento. Es cierto, es una catástrofe», me dijo Helena, nuestra jefa de edición y cierre.
Pues sí, y lo más grave es que la culpa la tengo yo por no darle el «briefing» a la peluquera antes de pasar por la tijera. Por eso, toma nota de mi guía práctica para no sufrir en la pelu.
1. Vete con un plan. Ten claro qué quieres y nunca improvises.
2. Sí, el pelo crece, pero tarda así que no te aventures.
3. Aquí no te cortes. Háblale de tu pelo al estilista, desde la textura, hasta la última vez que te cortaste o hiciste color. Explícale cómo te gusta peinarte y cómo es tu día a día, si eres mañosa o no te arreglas con el secador y los cepillos… cuanta más información, mejor.
4. Take it easy Para pasar del largo al corto, es mejor quedarse primero en las medias tintas para que no sea un cambio radical. Recuerda: siempre de menos a más.
5. Saca el book. Vete con fotos de cortes o estilos que te gustan para que el estilista se inspire y te pueda asesorar.
Hay quien piensa que para arreglar un look lo mejor es volver a pasar por la tijera, pero no estoy de acuerdo. Ahora tengo capas de distintos largos, así que debería optar por un bob muy corto y no es viable porque me lavo el pelo a diario y a veces no tengo tiempo de hacerme el brushing. No queda otra que esperar a que crezca para que el cambio no sea too much. Así que mientras espero, aquí os dejo unos looks que siempre funcionan.

Coleta con un twist Carda la parte alta de la coronilla con un peine, vete poco a poco y a capas, de delante hacia atrás. Recoge el pelo en una coleta alta y deja los laterales bien tirantes. Es mejor usar gomas de ganchos que dan más tensión y el cepillo cuanto más pequeño mejor, porque es más manejable. Al terminar, parte la coleta en dos y tira de los mechones hacia afuera para que la zona de la coronilla tenga más volumen. Para que no quede pulida, suelo dar textura a los mechones de la coronilla frotándolos entre los dedos, como «si estuviese echando sal a un guiso». Golpe de laca y voilá.

Vista de la coleta de lado
Con ondas Si las capas son imposibles, el pelo rizado es la mejor forma de disimularlas. Mejor si las ondas queden deshechas. Así que tras marcarlas, rómpelas con los dedos. Para lograr el look, nada cómo la ya famosas Curl Secret de Babylisss. Aquí os muestro en vídeo que explica cómo utilizarlas.

Semirecogido Así me peiné el día de mi boda. Un semirecogido, con más volumen en la coronilla. No hace falta que lo cardes. Lo recoges con una pinza de tamaño mediano y con los dedos das volumen a la zona.

Mis básicos para domar mi pelo. Planchas Eclipse de ghd, laca Elnett de L’Oréal Paris, Curl Secret de Babyliss, goma de ganchos, pinzas y mini cepillo de Marlies Möller.

¡A mal pelo, buena cara! Nada como sonreír y esperar a que el pelo crezca.
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Fotos de Eva MªTomé y Patricia Gallego/Plató Hearst.
¡Me siento tan identificada, Cristina! jajaja. Dejarse crecer el flequillo es una odisea sabiendo que al final te lo volverás a cortar porque es como mejor te ves. Suerte tenemos de tener el pelo brillante y poder lucir melena igualmente! Sigues estando guapa!