THE BEAUTY MAIL. Cristina Mitre
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THE BEAUTY MAIL. Cristina Mitre
Siempre pensé que mi madre era medio maga: abría un sobre plateado del que salía un polvo rosa llamado “colágeno”. Echaba un poco de agua y se producía otra masa viscosa que, como si fuese la cobertura de una tarta, mi madre extendía con maestría ayudada por una espátula y, además, sin derramar ni una sola gota. Veinte minutos más tarde, aquello cogía cuerpo y con gran destreza, de nuevo, la despegaba de la piel. Mientras yo la esperaba ansiosa en la cocina y le rogaba que me dejase probar la “máscara”. Mi madre tenía más trucos que Juan Tamariz en sus mejores tiempos, porque había veces que se sacaba de la manga de la bata un rayo láser. Tenía un aparato de alta frecuencia con varios cabezales de cristal: uno con forma de seta y otro, un rodilllo, que ella pasaba con brío sobre la piel. Aquello me alucinaba, ¿quién quería una espada de Darth Vader cuando tenía a una madre que manejaba un rayo láser? También era fascinante su pistola, con la que pulverizaba una bruma de tónico de agua de rosas. Mi madre tenía más recursos que MacGyver y Lara Croft juntos, aunque en aquella época hubiese preferido que en lugar de esteticista hubiese sido profesora, como la madre de Rodrigo Sopeña, para que me ayudase con los deberes. Recuerdo, también, que aprendí a leer allí mismo en uno de los bancos blancos de madera, porque allí todo era blanco, rosa o los dos tonos combinados, como un helado de corte, con un libro que se titulaba Ana va a la escuela y bajo la atenta mirada de un cuadro, que con los años supe que era un facechart que el mismísimo Monsieur Jean d’Estrées, el gurú francés de la belleza, les había regalado a mi madre y a mi tía en un congreso en Madrid en 1979.
En el Instituto de Belleza Aranda aprendí que la belleza viene en muchos tamaños y formas y sentía auténtica fascinación por todas aquellas mujeres que con las carnes desparramadas sobre las camillas reían a carcajadas y disfrutaban, sin remordimiento ni preocupaciones, de un rato solo para ellas. Entre mascarilla y mascarilla, mi madre, mis tías sus clientes paraban para tomarse un café con una pasta (o unas galletas María), para luego seguir con el ritual de belleza. La banda sonora de aquella época era el hilo musical en el que siempre sonaba, sí o sí, Adagio Karajan, acompañado del repiqueteo de los dedos de mi tía Esther y el golpeteo de las cuencas de sus manos sobre los muslos y los culos de todas aquellas maravillosas mujeres. Solo con los años he sido consciente del poso que aquellas tardes dejaron en mí. Y pese a tener claro desde niña que jamás sería esteticista, al final, soy quien soy, fruto de las experiencias vividas. Y mi amor por la belleza nació allí, en Gijón en aquel instituto de belleza de la calle Covadonga 19, 1E.

Siempre tuve claro que quería ser periodista y con 10 años me pedí para Reyes una grabadora dorada con dos altavoces para poder hacer playbacks de Rick Astley y llevarla, además, a las excursiones que hacía el colegio y así grabar entrevistas. Justo, mi profesor favorito de la EGB, me dijo una vez que yo sería espía o periodista. Acertó con lo segundo, aunque siempre pensé que me haría corresponsal de guerra y que contaría historias detrás de una trinchera (¡ayyy, Pérez-Reverte cómo nos gustabas!). Y, sin embargo, al terminar la carrera, como quería darle un empujón al inglés, me fui a vivir a Londres para hacer unas prácticas en una agencia de comunicación y, al más puro estilo Avon llama a tu puerta, terminé en el departamento de belleza y moda. Y el resto es ya historia.
THE BEAUTY MAIL. Cristina Mitre
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Yo crecí en un instituto de belleza, el que mi madre y mi tía Esther regentaron en Gijón durante más de 43 años. Así que los recuerdos de mi infancia están íntimamente ligados al universo de la cosmética.

Como fotogramas más propios de Cuéntame, recuerdo jugar con las pepitas de cera para depilar que venían en unos . enormes bidones de cartón y en los que me chiflaba meter el brazo hasta la axila. La cera se calentaba en grandes ollas marrones de aluminio en la cocina y, una vez que se había derretido, se pasaba a unos cazos más pequeños. Con una espátula de madera, aquella masa marrón, viscosa y humeante, se aplicaba sobre las sufridas piernas, ingles, axilas y brazos de las clientes. Y en un par de “zas-zas” allí no quedaba ni un pelo. Luego, el proceso continuaba en el backstage, cuando aquellos mismos cazos volvían a la cocina coronados por tiras de cera, más secas que la mojama, y con los hirsutos pelos colgando. Y el proceso no paraba: vuelta a calentar la cera, para luego colarla y darle un nuevo uso. Aquel ritual me fascinaba tanto como ponerme una mascarilla de colágeno.
THE BEAUTY MAIL. Cristina Mitre
He tenido la fortuna de trabajar en agencias de comunicación y en grandes revistas, primero en InStyle como editora de belleza, después en ELLE, como jefa de estilo de vida y, más tarde, como directora de belleza. En 2014, cambié Madrid por Lisboa y pasé a dirigir la revista Women’s Health para España y Portugal. En septiembre de 2016, decidí abandonar el cargo para poder centrarme en este blog y en mis proyectos personales.

Este blog nació en 2012 y, tras mudarse de casa varias veces, hoy ha decidido independizarse y crear su propio hogar, quizá más humilde que los anteriores, pero decorado a mi gusto y con mucho (mucho) mimo.
Arranca, ahora, una nueva temporada, llena de ilusión y muchas historias por contar. Pero con el mismo espíritu de siempre: una belleza sin artificios, con el objetivo de enseñar y divulgar, divertida y con un lenguaje sencillo, porque como decía siempre con mucho acierto Marta Michel, una de mis jefas en ELLE: “Cris, cuéntalo como se lo contarías a una buena amiga”. Así que aquí, amiga, encontrarás mucha belleza y, también, nutrición, fitness y sí, mucho running, porque para mí la actividad física se ha convertido en mi estilo de vida.

Este blog quiere inspirarte y animarte a que disfrutes de la belleza. Y eso no es ser vanidosa, una presuntuosa, ni una cabeza hueca (no hay ninguna investigación que pruebe que ponerse barra de labios disminuye tu coeficiente intelectual), sino que puede ser la puerta de entrada para experimentar eso que llamamos bienestar. Para mí no se trata de cambiar y borrar lo que tú eres, sino de potenciar todo lo que tú tienes. Porque nena, tú vales mucho. Más allá de enseñarte a tratar manchas y arrugas, domar un cabello rebelde o hidratar una piel sedienta, mi objetivo es que te lo pases bien y que te dediques unos minutos solo para ti, por el puro placer de pasar una rato a solas contigo misma. Si me preguntasen el clásico: “Si te perdieses, ¿dónde te encontrarían?”, la respuesta sería: “Seguro que en algún baño”. Porque, sí, me gusta cuidarme y ¿qué hay de malo? Esto es algo que hago por y para mí y pocas cosas me producen más placer que oler rico, meterme bajo las sábanas #limpinayfresquina o andar desnuda (por casa) embadurnada en un buen aceite. Y no, no me produce ninguna vergüenza admitirlo. Soy una mujer disfrutona, como las clientas de mi madre, aquellas mujeres que desnudas sobre la camilla reían de puro placer.

A las que me seguís desde hace ya muchos años y también a las que me descubrís hoy por primera vez, ¡bienvenidas! Poneos cómodas, porque estáis en vuestra casa.

Un beso
Cris